El trasfondo político detrás de la cinta de Greta Gerwig es inquietante si se mira el filme con esa perspectiva. Asómate a este universo paralelo.
En Barbieland las cosas están claras. La constitución vigente establece que la presidenta es una Barbie, las ministras son Barbies y la Corte Suprema está integrada solo por Barbies. Así ha sido desde siempre y no tendría por qué cambiar: son una comunidad feliz y que funciona.
Dos cosas alteran la historia. Barbie sorpresivamente pierde el “privilegio” de andar en puntas de pies y apoya toda la planta, como cualquier mortal. Y además comienza a vivir una serie de situaciones que nunca se había planteado: la muerte, la trascendencia y el más allá.
Cuando un grupo importante -pero no mayoritario- intenta cambiar las cosas empiezan los problemas. El líder, Ken, conoce el mundo real y, en virtud de esa experiencia, pretende modificar drásticamente el estado de la nación. Decide entonces proponer una nueva constitución, donde se deroga la propiedad privada, se establece el uso común de los espacios públicos, el cambio de símbolos arraigados e incluso una nueva denominación para el país. Se propone, de un día a otro, la pluriculturalidad.
La agrupación de los Ken -los kenistas- había sido permanentemente postergado, no tenía acceso a poder alguno y era menospreciado en la escala de valoración social. Cuando su caudillo comprende que las cosas pueden ser de otra manera, toma por asalto las decisiones, aprovechándose del adormilado encandilamiento de la mayoría. En otras palabras, ninguna de las autoridades de Barbieland lo ve venir.
El proceso de cambio es caótico. Los kenistas sienten gran obsesión por los caballos, el desorden, el vestuario extravagante, la impuntualidad y la cerveza, por lo que en la ordenada comarca se sienten los nuevos tiempos encarnados en cambios cosméticos y también de fondo.
El regreso de Barbie desde el mundo real acompañada de 2 humanas, que ejercen como asesoras y poderes fácticos al mismo tiempo, sirve para iniciar una campaña puerta a puerta para inculcar el peligro evidente que conlleva la nueva situación. La pérdida de los valores tradicionales y de los símbolos y, sobre todo, del poder, hace que la revolución kenista se venga abajo estrepitosamente, en medio de reproches.
La situación vuelve rápidamente a la normalidad con el reintegro de los poderes a las Barbies, quienes aprueban volver a la antigua constitución, sin cambios evidentes, de manera unánime y donde las minorías no llegan a votar. Como gran concesión se le otorga un ministerio a la “Barbie Rarita”. No hay cargos para los derrotados Ken, que deberán esperar -como se los advierte Barbie presidenta- a tener una nueva chance en el reparto de los beneficios públicos en un futuro no especificado.
Los kenistas asumen la derrota, pese al llanto de su líder, que ve desvanecidos sus esperanzas y afanes de cambio. La propiedad vuelve a su lugar y el orden se restablece.
Para mí, que jamás tuve una Barbie ni tampoco un Ken, esa es la verdadera moraleja de la película que protagonizan Margot Robbie y Ryan Gosling, dirigida por Greta Gerwig. Asumo que la obra tiene más lecturas, como la lucha entre feminismo y patriarcado, la supremacía del rosado, la asexualidad de los muñecos y la idea que Ruth Handler, la creadora del universo Mattel, quiso darle al juguete favorito de varias generaciones de niñas. Confieso que puede ser una mirada contaminada por meses de bombardeo del tema constitucional chileno, pero eso vi yo. Casi sin quererlo.
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